El ego es una parte esencial de nuestra psique y, en muchos sentidos, cumple funciones importantes para la supervivencia. Desde el punto de vista evolutivo, el ego se desarrolló como un mecanismo para protegernos y ayudarnos a navegar por el mundo. Nos permite identificarnos como individuos separados del resto, lo que nos facilita tomar decisiones en función de nuestras necesidades básicas: la comida, el refugio, la seguridad. El ego busca preservar la vida, asegurando nuestra supervivencia física y emocional.
Sin embargo, el problema surge cuando dejamos que el ego domine completamente nuestra vida. Esto ocurre porque, en muchos casos, el ego no se adapta a las realidades más sutiles del crecimiento espiritual o emocional. Es decir, mientras que el ego es útil en situaciones de supervivencia básica, no lo es tanto cuando se trata de las complejidades de la vida moderna, donde lo que buscamos es el bienestar interior, el equilibrio emocional o el sentido de propósito.
Aquí es donde entra en juego el condicionamiento social. Desde pequeños, aprendemos a medir nuestro valor a través de comparaciones externas: el éxito, el dinero, la apariencia física, la aprobación social. Esto refuerza al ego, que se alimenta de estas comparaciones, buscando constantemente demostrar que somos “mejores” o “más valiosos” que los demás. En un mundo que valora tanto la competencia, el ego se fortalece porque nos enseña a basar nuestra identidad en lo que logramos o en cómo nos ven los demás, en lugar de en quiénes somos realmente en nuestro interior.
Otra razón por la que estamos tan dominados por el ego es porque este nos protege del dolor emocional. A lo largo de la vida, todos experimentamos rechazo, fracaso, o críticas. En lugar de enfrentar esas experiencias con vulnerabilidad y apertura, el ego nos impulsa a construir defensas: nos volvemos cerrados, reactivos, o incluso arrogantes, porque de esa manera evitamos sentirnos heridos o inseguros. Así, el ego se convierte en una máscara que nos protege de lo que tememos, pero a la vez nos desconecta de nuestra verdadera esencia.
Por ejemplo, cuando un amigo compra el BMW que no necesitaba, el ego pudo haber estado buscando validación externa. Quizás quería proyectar una imagen de éxito o sentirse aceptado en ciertos círculos sociales. Aunque tal vez no lo reconozca de inmediato, el ego está detrás de muchas decisiones que hacemos para satisfacer deseos superficiales en lugar de las necesidades internas más profundas, como la paz o la autenticidad.
Además, nuestra sociedad moderna refuerza constantemente el ego. Vivimos en una era donde el consumismo, la imagen, y la competencia están al frente. Nos bombardean con mensajes que nos dicen que para ser felices necesitamos más cosas, más reconocimiento, más poder. Esto hace que muchos de nosotros vivamos desconectados de nuestro verdadero ser, persiguiendo metas impuestas externamente en lugar de explorar nuestras verdaderas motivaciones internas.
el miedo a la incertidumbre también juega un papel importante. El ego busca control, porque le teme a lo desconocido. Siendo que el autoconocimiento y el crecimiento espiritual requieren abrazar la incertidumbre y dejar de lado las respuestas fáciles, el ego suele resistirse a esos caminos. Prefiere lo conocido, lo seguro, incluso si eso significa mantenernos atrapados en patrones que nos alejan de nuestro verdadero bienestar.
Los humanos estamos dominados por el ego porque en parte es una herramienta de supervivencia, porque hemos sido condicionados a valorarnos externamente, y porque nos protege de nuestras inseguridades y miedos. El ego es una fuerza poderosa, pero no necesariamente es nuestro enemigo. Solo necesita ser equilibrado con la conciencia, la humildad y la capacidad de mirar más allá de nuestras defensas para conectarnos con quienes realmente somos.
Cuando nos liberamos del dominio absoluto del ego, comenzamos a tomar decisiones más alineadas con nuestra esencia y menos influenciadas por expectativas externas. Esto es lo que realmente nos conduce al bienestar y a la paz interior.
El ego también está profundamente vinculado a la conciencia de la mortalidad, lo que lo hace aún más dominante en nuestras vidas. El ego sabe que es finito, porque está atado a este cuerpo físico que tiene un ciclo limitado de vida. Como el ego no trasciende la muerte del ser humano, está constantemente buscando asegurar su supervivencia en el plano material.
Este temor a la finitud genera una gran ansiedad existencial, y una de las formas en que el ego responde a esta angustia es a través de la acumulación de cosas externas: dinero, poder, reconocimiento, estatus social. El ego cree que, al alcanzar estas metas, de alguna manera está asegurando su propia perpetuidad o relevancia, al menos mientras exista este cuerpo físico.
Por eso, a menudo imperan las decisiones motivadas por el ego, porque el ego está siempre en una carrera contra el tiempo, buscando validarse antes de que el cuerpo llegue a su fin. Sabe que con la muerte del cuerpo, también termina su control, por lo que trata de consolidar su dominio mientras tiene la oportunidad. Es parte de su función de supervivencia: no solo protegernos de peligros inmediatos, sino también de la gran amenaza última, que es la muerte.
Este entendimiento nos puede ayudar a ver por qué tantas veces nuestras elecciones, como la compra de cosas materiales o la búsqueda de estatus, son motivadas por el ego. Estamos, de alguna manera, tratando de evitar la confrontación con nuestra mortalidad, llenando ese vacío con lo material. Sin embargo, al hacer esto, dejamos de lado lo más importante: la trascendencia del ser y la conexión con lo espiritual, que son los únicos caminos para realmente ir más allá de las limitaciones del ego.
Así que, cuando hablamos de la influencia del ego, es esencial reconocer que el ego actúa no solo para protegernos en esta vida física, sino también porque percibe la muerte como su fin. Y mientras no desarrollemos una conexión más profunda con nuestro ser espiritual, que sí tiene la capacidad de trascender la muerte, seguiremos permitiendo que el ego guíe nuestras decisiones, muchas veces alejándonos de lo que realmente necesitamos para sentirnos en paz.